miércoles, 26 de junio de 2013

¡ESTÁ BIEN!

Apenas él le leía la devolución, a ella se le agolpaban las palabras y caían en discusiones, en salvajes porfías, en litigios exasperantes. Cada vez que él procuraba rebatir los argumentos, se enredaba en un lamento quejumbroso y tenía que retractarse de cara a ella, sintiendo cómo poco a poco las distancias se acortaban, se iban encimando, encomiando, hasta quedar tendido, él, como el cíclope de cristal al que se le han dejado caer unas hilachas de soledad. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se repetía los argumentos, consintiendo en que él aproximara suavemente su oído. Apenas se cruzaban, algo como una ráfaga los reunía, los empujaba, los enfrentaba, y de pronto era el combate, la estruendosa lucha de los discursos, la jadeante evocación del orgullo, el debate del lenguaje en una exabrupta lengua. ¡Está bien! ¡Está bien! Acalorados en la cresta del decir, se sentían bramar, irónicos e imantados. Temblaba el bar, se vencían los prejuicios, y todo se resolvía en un profundo beso, en caricias de aguerridos manotazos, en cariños casi crueles que los imbricaba hasta el límite de las baldosas. 

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