Una noche - Gladys
Ernesto, dejame hablar! Gritaba yo sin tener idea qué agregar a ese
comentario y agradeciendo que Ernesto solo contestara: “no, no te quiero escuchar más”, dando vueltas por la casa mientras buscaba sus cosas
que tiraba desprolijamente dentro de la valija. No se me cruzaba un “sentate y
charlemos” porque no sabía qué decir en el hipotético caso que a él le dieran
ganas de sentarse a charlar.
A mí, los diez años de matrimonio
me tenían un poco aburrida!. No habíamos podido tener hijos; él no quiso adoptar y yo no insistí.
Pero ahora, a mis cuarenta y cinco ya me fastidiaba ver su cara todos los días.
Separarme? No me lo planteaba. Lo amaba? Qué es exactamente el amor?. Sí tenía
claro que la vida con alguien me cerraba perfectamente. Veía a mi hermana sola
en todos los eventos sociales, salidas y escuchaba el típico y horripilante
comentario que todos le hacían “y? donde están los hombres? Que pasa que no ven
semejante belleza?” . Y si de algo estaba segura era que yo NO quería pasar por
esa humillante situación. Además, que te
calienten los pies en invierno, te cocinen cuando llegas cansada de trabajar,
que te arreglen el cuerito de la canilla, el enchufe que no anda…eso no tenía
precio y yo no pensaba perderlo. Sexo? Esporádicamente teníamos. En
nuestros cumpleaños o para las fiestas y
solo porque llegábamos muy borrachos a casa y el alcohol nos encendía los
sentidos. Pero nada más. Y estábamos
bien. Yo estaba bien.
Es que estaba aburrida también de
hacer el amor con Ernesto.Siempre lo mismo! La misma posición, el mismo beso en
el mismo lado, los mismo susurros diciendo las mismas cochinadas que, después
de diez años ya me resultaban patéticos!.
Hasta sabía qué vendría en qué parte, cuando me diría qué y cómo lo
haría. En silencio lo imitaba. Es más, me había acostumbrado tanto a ese juego
que hasta me divertía.
Engañarlo? No. No se me había cruzado. No sé si porque nadie
me partió la cabeza como para pensar en eso, o porque la educación represora de
mis padres aún me rebotaba en la cabeza.
La cosa es que esa noche fue todo
diferente. Yo creo que estaba ovulado porque me sentía como encendida,
cachonda, sexie, o como quieras llamarlo. Era el primer cumpleaños de Vicky
separada. Así que entre todas habíamos decidido alegrarla un poco. Su marido se había ido con una varios
años más joven, dos meses atrás.
Éramos cinco en total y programamos
ir a comer a un restó de Palermo que se había puesto de moda. Ernesto se quedaría en casa, jugaba Boca contra
nosequien, y después irían unos amigos a jugar a la play. Yo me vestí como
para levantar un muerto. Me había
comprado la tarde anterior unos tacos que eran tan increíblemente lindos que
debería de haber salido vestida solo con ellos. Necesitaba que se luzcan, así
que me puse una minifalda y una remera escotada (cómo no mostrar mis lolas
nuevas con lo que me habían salido!).
En el restó y para tratar de
animar a Vicky tomamos dos botellas de vino y para el postre pedimos champagne.
Terminamos las cinco alegres y felices de estar juntas, aunque en la semana nos
criticáramos unas a otras por teléfono; el alcohol, en ese momento, nos hacía
olvidar nuestras imperfecciones. Una de ellas, también separada, había conocido
a un tipo que tenía un boliche y decidimos ir a bailar un rato.
Llegamos, nos ubicaron
amablemente en el vip y pedimos otra botella de champagne. El lugar estaba
lleno de gente muy joven. Pero no importaba, la idea era divertirnos entre
nosotras. Bailamos un rato y de repente sentí una mano que me agarraba
fuertemente de la cintura y por la espalda. Cuando me di vuelta, tenía un
pequeño hombre de metro ochenta y no más de veinticinco que me miraba con unos
ojos extremadamente verdes. La espalda era tan ancha que llegue a imaginarme
que el colchón de plaza y media le quedaría chico. El pelo morocho, sostenido
detrás de las orejas y una sonrisa blanca y pura. Dios! Sí, era Dios!. No sé si
el volumen de la música me impedía oír lo que me decía o eran mis sucios
pensamientos. La cosa es que bailamos un rato muy sensualmente. El alcohol y el
metro ochenta me hicieron olvidar del
lugar, mis amigas, la gente, la música y, obviamente, de Ernesto. Los únicos
seres vivos en ese momento éramos Fidel y yo.
No sé cómo llegamos al hotel. Lo que sí sé es que me hizo el
amor como Ernesto no me lo había hecho ni siquiera la primera vez que dormimos
juntos. Tenía una vitalidad, una espalda y una imaginación que cuando lo pienso no puedo evitar que un
escalofrío me corra por el cuerpo.
Habíamos ido con mi auto. Así que
amablemente me acompañó hasta unas cuadras cerca de casa, y se bajo en la parada del colectivo. Me pidió el número
del celular y se lo di cambiado. Ni se
me cruzaba la idea de tener un amante y mucho menos uno que me sacara a pasear
en el 152!!.
Cuando llegué a casa eran cerca
de las 5 de la mañana. Ernesto roncaba, así que lo puse de costado y le hice el
“ssshh” que siempre me había servido
para que dejara de hacerlo. Ni siquiera me saqué el maquillaje. Tomé un vaso de
agua y me acosté desnuda. Me dormía parada.
Y bueno, la noche había sido tan
intensa y este joven tan asombroso que inmediatamente me quedé dormida.
Me despertó Ernesto preguntándome
quién era Fidel y porque yo le decía “ay sí, así Fidel, más, dame mas”.
Gladys - Octubre 2012