domingo, 28 de octubre de 2012


Una noche - Gladys

Ernesto, dejame hablar! Gritaba yo sin tener idea qué agregar a ese comentario y agradeciendo que Ernesto solo contestara: “no, no te quiero escuchar más”, dando  vueltas por la casa mientras buscaba sus cosas que tiraba desprolijamente dentro de la valija. No se me cruzaba un “sentate y charlemos” porque no sabía qué decir en el hipotético caso que a él le dieran ganas de sentarse a charlar.
A mí, los diez años de matrimonio me tenían un poco aburrida!. No habíamos podido tener  hijos; él no quiso adoptar y yo no insistí. Pero ahora, a mis cuarenta y cinco ya me fastidiaba ver su cara todos los días. Separarme? No me lo planteaba. Lo amaba? Qué es exactamente el amor?. Sí tenía claro que la vida con alguien me cerraba perfectamente. Veía a mi hermana sola en todos los eventos sociales, salidas y escuchaba el típico y horripilante comentario que todos le hacían “y? donde están los hombres? Que pasa que no ven semejante belleza?” . Y si de algo estaba segura era que yo NO quería pasar por esa humillante situación.  Además, que te calienten los pies en invierno, te cocinen cuando llegas cansada de trabajar, que te arreglen el cuerito de la canilla, el enchufe que no anda…eso no tenía precio y yo no pensaba perderlo. Sexo? Esporádicamente teníamos. En nuestros  cumpleaños o para las fiestas y solo porque llegábamos muy borrachos a casa y el alcohol nos encendía los sentidos. Pero nada más.  Y estábamos bien. Yo estaba bien. 
Es que estaba aburrida también de hacer el amor con Ernesto.Siempre lo mismo! La misma posición, el mismo beso en el mismo lado, los mismo susurros diciendo las mismas cochinadas que, después de diez años ya me resultaban patéticos!.  Hasta sabía qué vendría en qué parte, cuando me diría qué y cómo lo haría. En silencio lo imitaba. Es más, me había acostumbrado tanto a ese juego que hasta me divertía.
Engañarlo? No. No se me había cruzado. No sé si porque nadie me partió la cabeza como para pensar en eso, o porque la educación represora de mis padres aún me rebotaba en la cabeza.
La cosa es que esa noche fue todo diferente. Yo creo que estaba ovulado porque me sentía como encendida, cachonda, sexie, o como quieras llamarlo. Era el primer cumpleaños de Vicky separada. Así que entre todas habíamos decidido alegrarla un  poco. Su marido se había ido con una varios años más joven, dos meses atrás.
Éramos cinco en total y programamos ir a comer a un restó de Palermo que se había puesto de moda.  Ernesto se quedaría en casa, jugaba Boca contra nosequien, y después irían unos amigos a jugar a la play. Yo me vestí como para  levantar un muerto. Me había comprado la tarde anterior unos tacos que eran tan increíblemente lindos que debería de haber salido vestida solo con ellos. Necesitaba que se luzcan, así que me puse una minifalda y una remera escotada (cómo no mostrar mis lolas nuevas con lo que me habían salido!).
En el restó y para tratar de animar a Vicky tomamos dos botellas de vino y para el postre pedimos champagne. Terminamos las cinco alegres y felices de estar juntas, aunque en la semana nos criticáramos unas a otras por teléfono; el alcohol, en ese momento, nos hacía olvidar nuestras imperfecciones. Una de ellas, también separada, había conocido a un tipo que tenía un boliche y decidimos ir a bailar un rato.
Llegamos, nos ubicaron amablemente en el vip y pedimos otra botella de champagne. El lugar estaba lleno de gente muy joven. Pero no importaba, la idea era divertirnos entre nosotras. Bailamos un rato y de repente sentí una mano que me agarraba fuertemente de la cintura y por la espalda. Cuando me di vuelta, tenía un pequeño hombre de metro ochenta y no más de veinticinco que me miraba con unos ojos extremadamente verdes. La espalda era tan ancha que llegue a imaginarme que el colchón de plaza y media le quedaría chico. El pelo morocho, sostenido detrás de las orejas y una sonrisa blanca y pura. Dios! Sí, era Dios!. No sé si el volumen de la música me impedía oír lo que me decía o eran mis sucios pensamientos. La cosa es que bailamos un rato muy sensualmente. El alcohol y el metro ochenta me  hicieron olvidar del lugar, mis amigas, la gente, la música y, obviamente, de Ernesto. Los únicos seres vivos en ese momento éramos Fidel y yo.
No sé cómo llegamos al hotel. Lo que sí sé es que me hizo el amor como Ernesto no me lo había hecho ni siquiera la primera vez que dormimos juntos. Tenía una vitalidad, una espalda y una imaginación que  cuando lo pienso no puedo evitar que un escalofrío me corra por el cuerpo.
Habíamos ido con mi auto. Así que amablemente me acompañó hasta unas cuadras cerca de casa, y se bajo en  la parada del colectivo. Me pidió el número del celular y se lo di cambiado.  Ni se me cruzaba la idea de tener un amante y mucho menos uno que me sacara a pasear en el 152!!.
Cuando llegué a casa eran cerca de las 5 de la mañana. Ernesto roncaba, así que lo puse de costado y le hice el “ssshh” que siempre me había servido para que dejara de hacerlo. Ni siquiera me saqué el maquillaje. Tomé un vaso de agua y me acosté desnuda. Me dormía parada.
Y bueno, la noche había sido tan intensa y este joven tan asombroso que inmediatamente me quedé dormida.
Me despertó Ernesto preguntándome quién era Fidel y porque yo le decía “ay sí, así Fidel, más, dame mas”. 

Gladys - Octubre 2012

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