martes, 2 de octubre de 2012

Un Imposible

Odiar, odiar lo que se dice odiar no, pero resistirme con toda la fuerza mental y física sí.
 
Muchas veces me he preguntado porqué esa fobia al idioma inglés .
 
Sería por lo del Peñón?

Sería por lo del barco inglés sombrío y ajeno (se acuerdan del viaje hacia Argentina).
 
Tal vez porque mis oidos se vuelven de piedra cuando el idioma que reciben carece de música.
 
O en aquella vida en la que fuí francesa, me tocó la Guerra de los Cien Años.
 
No se crean, yo le puse garra, voluntad e insistencia, pues repetí durante 20 años el primer año de inglés.
 
Al bueno de Mr. Burke profesor de mi colegio secundario, lo llevé al borde de la exasperación, hasta que abandonó … el colegio y la vida .
 
En la Cultural Inglesa, no recuerdo si me invitaron a abandonar el curso por propia voluntad o me acompañaron hasta la puerta.
 
En Berlitz tuve más suerte, Mme. Germaine era francesa, tomaba clases particulares que me costaban una fortuna y paseábamos toda la hora por los museos impresionistas, los poetas miserables y las calles de Paris.
 
En el Icana, como era americano, renové mis esperanzas y cuando los módulos pudieron conmigo, de ahí sí me fuí sin culpas, total eso apenas se parecía al verdadero idioma.
 
Y por fin llegó el International House, todo era inglés: el edificio, el Director. El profesor recién llegado de Londres se habrá preguntado muchas veces qué cuenta pendiente tendría con el destino para que le tocara lidiar en un país ya hostil de por sí, con una alumna imposibilitada de pronunciar correctamente una frase repetida hasta el agobio, que además con la mayor cara de inocencia le decía: es por culpa del francés.

Durante ese año, en los dias de clase hice 16 anginas, en el trayecto de ída choqué el auto dos veces y el propio Mr. Dower con una esforzada sonrisa de cortesía me despidió en la vereda, tal vez para asegurarse de que no volviera.
 
No insistí más ….. por un tiempo, pero un día alguien me susurró “LONDRES” y me embarqué en la British vuelo directo, sola, sin receptivo y sin siquiera un diccionario de bolsillo.
 
A los 20 minutos de despegar, llamé a la azafata porque necesitaba algo, nunca
me respondió, pues no hablaba español.
 
La realidad aterrizó en mi estómago como si el avión estuviera perdiendo altura
sin aviso.
 
Lo inmediato era encontrar con quien hablar en esas 16 horas, después vendría
la preocupación por resolver los 8 dias que pensaba quedarme en Londres, para
por fin irme a París hablando inglés.
 
Mi compañero de asiento iba a Londres para olvidar la muerte de su madre, un trabajo infame y el loco amor que sentía por una prostituta.
 
Aun cuando era bastante más joven que yo, resistió mi asedio con la paciencia de un monje tibetano. Cuando promediaba el viaje, me miró como saliendo de una ciudad sitiada y me dijo "me llamo Oscar".
 
Fué una semana maravillosa, el inglés era su idioma materno. No aprendí nada, pero conocí los circuitos no turísticos de una ciudad impresionante.
 
Yo le pagué la cifra que habiamos convenido, pero creo que apenas le alcanzó para el Grand Bordeaux que tomamos en la cena a la que me invitó mi última noche en Londres, en un barco sobre un Támesis excepcionalmente sin niebla
que casi me permitía rozar la Abadia de Westminster con la punta de mis dedos.
 
 
Ha pasado mucho tiempo y yo aún no me doy por vencida. Hace poco alguien me susurró "DUBLIN"
 
En Dublin se habla el mejor inglés.
 
Meb.
 
Mayo de 2012



2 comentarios:

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  2. El mejor inglés, el de Dublín.
    Los mejores abrazos, los tuyos.

    Oscar.

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