Odiar,
odiar lo que se dice odiar no, pero resistirme con toda la fuerza
mental y física sí.
Muchas
veces me he preguntado porqué esa fobia al idioma inglés .
Sería
por lo del Peñón?
Sería por lo del barco inglés sombrío y ajeno (se acuerdan del viaje hacia Argentina).
Tal
vez porque mis oidos se vuelven de piedra cuando el idioma que
reciben carece de música.
O
en aquella vida en la que fuí francesa, me tocó la Guerra de los
Cien Años.
No
se crean, yo le puse garra, voluntad e insistencia, pues repetí
durante 20 años el primer año de inglés.
Al
bueno de Mr. Burke profesor de mi colegio secundario, lo llevé al
borde de la exasperación, hasta que abandonó … el colegio y la
vida .
En
la Cultural Inglesa, no recuerdo si me invitaron a abandonar el
curso por propia voluntad o me acompañaron hasta la puerta.
En
Berlitz tuve más suerte, Mme. Germaine era francesa, tomaba clases
particulares que me costaban una fortuna y paseábamos toda la hora
por los museos impresionistas, los poetas miserables y las calles de
Paris.
En
el Icana, como era americano, renové mis esperanzas y cuando los
módulos pudieron conmigo, de ahí sí me fuí sin culpas, total eso
apenas se parecía al
verdadero idioma.
Y
por fin llegó el International House, todo era inglés: el edificio,
el Director. El profesor recién llegado de Londres se habrá
preguntado muchas veces qué cuenta pendiente tendría con el destino
para que le tocara lidiar en un país ya hostil de por sí, con una
alumna imposibilitada de pronunciar correctamente una frase repetida
hasta el agobio, que además con la mayor cara de inocencia le decía: es por culpa del francés.
Durante ese año, en los dias de clase hice 16 anginas, en el trayecto de ída choqué el auto dos veces y el propio Mr. Dower con una esforzada sonrisa de cortesía me despidió en la vereda, tal vez para asegurarse de que no volviera.
No
insistí más ….. por un tiempo, pero un día alguien me susurró
“LONDRES” y me embarqué en la British vuelo directo, sola, sin
receptivo y sin siquiera un diccionario de bolsillo.
A
los 20 minutos de despegar, llamé a la azafata porque necesitaba
algo, nunca
me
respondió, pues no hablaba español.
La
realidad aterrizó en mi estómago como si el avión estuviera
perdiendo altura
sin
aviso.
Lo
inmediato era encontrar con quien hablar en esas 16 horas, después
vendría
la
preocupación por resolver los 8 dias que pensaba quedarme en
Londres, para
por
fin irme a París hablando inglés.
Mi
compañero de asiento iba a Londres para olvidar la muerte de su
madre, un trabajo infame y el loco amor que sentía por una
prostituta.
Aun
cuando era bastante más joven que yo, resistió mi asedio con la
paciencia de un monje tibetano. Cuando promediaba el viaje, me miró
como saliendo de una ciudad sitiada y me dijo "me llamo Oscar".
Fué
una semana maravillosa, el inglés era su idioma materno. No aprendí
nada, pero conocí los circuitos no turísticos de una ciudad
impresionante.
Yo
le pagué la cifra que habiamos convenido, pero creo que apenas le
alcanzó para el Grand Bordeaux que tomamos en la cena a la que me
invitó mi última noche en Londres, en un barco sobre un Támesis
excepcionalmente sin niebla
que
casi me permitía rozar la Abadia de Westminster con la punta de mis
dedos.
Ha
pasado mucho tiempo y yo aún no me doy por vencida. Hace poco
alguien me susurró "DUBLIN"
En
Dublin se habla el mejor inglés.
Meb.
Mayo
de 2012
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarEl mejor inglés, el de Dublín.
ResponderEliminarLos mejores abrazos, los tuyos.
Oscar.