miércoles, 17 de octubre de 2012

AZUL



AZUL

Por Alejandro Anderlic

A la distancia, Costa Remanso es apenas un punto diminuto en el mapa de la provincia de Valparaíso. Cierro los ojos y la retina se me llena con recuerdos de Costa Remanso. Hace diez años, estuvimos ahí con Mercedes. No sé si definirlo como un pueblo o un poblado. O como un caserío. Probablemente sea incluso menos que eso. Nada menos que eso. Habíamos llegado de casualidad, una tarde de lluvia. En verano, sin rumbo y de mochila. Me acuerdo del faro azul. (Nunca volví a ver un faro azul). Me acuerdo del manojo de casas coloniales apiladas en el cerro sobre la costa, todas parecidas de lejos y todas tan distintas de cerca. Todas blancas con tejas españolas, todas las puertas y las ventanas azules. Todo era blanco y azul.

Las tejas también eran azules. Tenía un cielo increíblemente azul. Un mar increíblemente azul. Aunque vi otros mares muy azules, el entorno de Costa Remanso lo hacía único. Quizás para otros no lo fuera. Pero para nosotros, sí que era único. Nos quedamos casi dos semanas. Una de esas noches, respiré muy hondo, tomé impulso y le pregunté a Mercedes si quería casarse conmigo. No venía preparado, así que tuvo que ser sin anillo. Se lo dije en el bar sobre la playa, el bar de madera entre las rocas, el único que había. El bar donde nos tomamos el beso más infinito. ¿Existirá aquel bar? ¿Qué será de Costa Remanso? No conozco a nadie que haya ido ahí después de nosotros. Ni antes tampoco. A la distancia, Costa Remanso es sólo un punto minúsculo en el mapa de la provincia de Valparaíso. En ese mapa que todavía conservo y ahora encuentro, todo ajado y doblado en cuatro, en el álbum que guarda los recuerdos de aquel viaje.

Este verano, Mercedes y los chicos quieren ir a la playa. Hace años que no veraneamos en la playa. Pienso que podría ser tiempo de volver. Me pregunto si conservará esa magia. Me pregunto si nosotros habremos conservado esa magia. Entonces, nos ponemos de acuerdo con Mercedes y decidimos volver.

Arrancamos de Santiago hoy quince de enero a media mañana los cuatro, con el auto muy cargado, camino al hotel. Parece que hay un solo hotel en Costa Remanso. El hotel tiene diez cuartos, o diez departamentos, todos frente al mar tan azul. Los chicos van viendo una película de dibujitos atrás. Nosotros, adelante, pensamos en los días que habíamos pasado juntos en ese paraíso. Esta vez, diez años más tarde, sabemos a dónde ir y cómo llegar. Pero no sabemos con qué nos encontraremos. Ahora tenemos el mapa. Hace diez años, no teníamos mapa. Aquel mapa que conservé por tanto tiempo nos lo habían dado en la estación de servicio cuando volvíamos para Santiago. Está todo ajado y doblado en cuatro, arriba del tablero del auto.

Paramos a cargar nafta en una estación de servicio. Los chicos quieren tomar algo y Mercedes aprovecha para llevarlos al baño. Nos estacionamos una media hora, total no tenemos apuro. Mientras como un tostado, siento un leve temblor que viene del piso y veo cómo los vasos y los platos se mueven sobre la mesa. Todos lo notamos y nos miramos en silencio. Por fortuna, dura apenas unos segundos. Seguramente haya sido sólo eso. Preferimos no preocuparnos; estamos de vacaciones y vamos camino a Costa Remanso. Al volvernos a subir al auto, Mercedes me pregunta por el mapa.

Lo buscamos por todo el auto y no lo encontramos. Estoy seguro de no haberlo bajado. Mercedes no se acuerda de haberlo bajado. Los chicos no estuvieron en el asiento de adelante; mal podrían haberlo bajado. Ya no tenemos mapa y tampoco tenemos en claro el camino para llegar. Necesitamos llegar, mejor si es antes de que se haga de noche. Falta mucho para la noche, pero necesitamos conseguir otro mapa de la provincia de Valparaíso.

No sabemos dónde podremos conseguirlo. Quizás en ésta o en alguna otra estación de servicio. Mercedes le pregunta al playero que nos cargó nafta y parece que sí venden mapas en el negocio de adentro. Al minuto regresa al auto, sonriente, con un mapa en la mano. Está todo ajado y doblado en cuatro, como nuestro viejo mapa. “Era el último que tenían” –me dijo. Los chicos, siguen viendo dibujitos. Entonces volvemos a la ruta y sentimos otro temblor, pero tampoco es tan fuerte.

Mientras prendo otro cigarrillo, Mercedes abre el mapa y trata de encontrar a Costa Remanso. Pero no lo encuentra. Me dice que parece no figurar en este mapa. Debe ser un mapa de mala calidad. Costa Remanso figuraba en nuestro otro mapa, el mapa que no aparece. Golpeo el volante con mi mano izquierda y pienso en tirar este mapa por la ventana. No nos sirve, si no figura Costa Remanso. Estoy desorientado y no sé para qué lado ir. Aunque creo que es para el sur, y sigo las indicaciones de la ruta y vamos hacia el sur.

En eso, Mercedes me pide que paremos un momento en la banquina, que cree haberlo encontrado, pero quiere saber  mi opinión. Los chicos siguen embobados, mirando dibujitos. Me detengo al costado del camino y juntos estudiamos el mapa. Hay una parte  medio borroneada, justo donde en nuestro viejo mapa recuerdo que estaba el punto de Costa Remanso. En este mapa eso es de color azul, de un azul como el del mar donde estaba el faro.

Parece que vamos en la dirección correcta y que no debe faltar mucho para llegar. Hay un tercer temblor. Nos tomamos de la mano con Mercedes y miro a los chicos por el espejo retrovisor. Ellos ni se dan cuenta. Pienso en cómo será nuestro primer día de playa con ellos en Costa Remanso. Y pienso en el bar.

Al final de esa curva, vemos a lo lejos los techos azules y el faro azul. Me parece que el faro está torcido. Mercedes me mira. Después abre su ventanilla y tira el mapa por la ventana. Por el espejo veo cómo el viento se lo lleva hacia la costa hasta que cae al agua.

Un cartel de madera al costado del camino nos dice que faltan dos kilómetros para llegar. Los chicos siguen viendo dibujitos. La tierra empieza a temblar mucho más fuerte y me cuesta conservar el rumbo del auto. Queremos seguir adelente, pero hay una grieta en la ruta que no nos deja avanzar. Deben faltar unas pocas cuadras. Miramos hacia nuestra derecha y alcanzamos a ver una pared gigante de agua que se abalanza sobre nosotros. Y que amenaza de muerte a Costa Remanso. Por suerte, los chicos siguen viendo dibujitos.

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